Aquello que denominamos “estrategia del odio” es el principal objetivo sobre el que consideramos es preciso actuar. Se trata no tanto de difundir un mensaje bienaventurado y amable sobre lo buena que es la tolerancia sino de denunciar el proceso por el que las sociedades son cada vez más débiles ante las actitudes xenófobas y discriminatorias. Nuestra experiencia nos indica que no es suficiente con difundir sentimientos de respeto hacia la diferencia cuando cada uno de nosotros se ve expuesto, diariamente, a discursos mucho más elaborados y agresivos, que cuestionan el fundamento mismo de la convivencia ciudadana. Podríamos dividir la estrategia del odio en cuatro pasos.
Consiste en no considerar a los seres humanos en su individualidad. Estamos acostumbrados a incluir a las personas en comunidades cerradas y muy definidas. Esto, que en sí es un capacidad humana, nos puede llevar a olvidar que los grupos los forman personas individuales y a partir de ese olvido desencadenar la estrategia del odio.
El individuo es obligado así a disponer de unas características que supuestamente describen completamente cómo es, de una etiqueta que lo define y limita, que lo nombra y localiza, que lo compromete y ahoga. La comunidad así creada es uniforme, sin contradicciones. La pureza se convierte en una obsesión y cuanto más puro -menos “contaminado”- más respeto merece. Comprometido en la reivindicación de lo propio como único y superior, el individuo se ve condenado al enfrentamiento con lo diferente en vez de asumir su propia e íntima diversidad. Las comunidades se enfrentan así, cada una convencida de su razón, en una dialéctica infernal en la que el objetivo final sólo parece ser la supervivencia de los grupos más fuertes, de los más astutos, de los más poderosos.
Para ser una comunidad homogénea, hay que identificar al “otro”, al “distinto”. Cuando cada uno de nosotros se identifica de forma primordial y básica con su carácter diferenciador, con su gen exclusivo o con su idea primaria está definiendo a su propio contrario, está creando al “otro”; al “otro” como la negación, al “otro” como el enemigo. ¿Quién es más blanco que el que no es negro?, ¿quién es más hombre que el no afeminado?, ¿quién es mas sano que el que no es enfermo? La comunitarización no sólo define al propio grupo sino que, automáticamente, crea a otros grupos opuestos y los crea con la misma falacia básica y primaria que ha necesitado para crearse a sí mismo.
Decenas de miles de judíos centroeuropeos jamás pensaron que sus creencias religiosa o sus tradiciones tenían significado fuera del ámbito familiar o espiritual hasta que el nazismo les señaló como “culpables”. Fue el nazismo quién les redefinió como judíos, como únicamente judíos, como exclusivamente judíos, pues sólo así podían engrosar la categoría de “enemigos” y eso incluso a quienes ni siquiera eran religiosos o seguían las tradiciones. La subjetividad, la particularidad de cada persona es, así, obviada para entregarse a la locura alienadora de la clasificación, con un resultado que confirmará su rareza, su exclusión de la norma. Para quienes quieren meternos en comunidades cerradas el homosexual ES su comportamiento sexual, el africano ES su color de piel, el judío ES su “raza” (ni siquiera una religión). Su diferencia le ha sido otorgada, concedida, asignada; no TIENEN una religión, un color de piel o un comportamiento afectivo-sexual, sino que SON esa diferencia.
La segunda fase es la deshumanización del “otro”. El distinto, el extranjero, el foráneo, el raro, el diferente es sometido a un progresivo proceso de deshumanización. El otro no sólo es diferente sino que hay algo que no va bien en el otro. Comienza así un proceso de difamación con la creación de falsas imágenes sobre el “diferente” que van calando en el subconsciente social, en cada uno de nosotros que vamos asumiendo los tópicos, los estereotipos, referidos a lo que nos es extraño, a lo que nos es desconocido y por tanto a lo que nos da miedo.
Así, se van calando generalizaciones como que los negros no son igual de inteligentes, los homosexuales son degenerados, contra-natura, los judíos son falsos, ambiciosos y avaros, los gitanos traicioneros y ladrones, los musulmanes apoyan el terrorismo, etc.
Una vez que la población, que consideramos y se considera, normal, ha interiorizado la falta o la menor humanidad del “otro”, es decir su inferioridad, dar el siguiente paso de la “estrategia del odio” es fácil. Los “otros” no sólo son menos valorables, casi inhumanos, sino que además suponen una amenaza. Así, los homosexuales (todos, como categoría) violan niños y quieren destruir la familia, los judíos intentan controlar la economía y utilizarla para sus fines bastardos, los emigrantes nos quitan el trabajo y son delincuentes, los musulmanes están buscando la forma de destruir nuestra sociedad...
Privados de existencia, inmersos de su diferencia como grupo, ya no se es una persona individualizada, sino un judío, un negro, un moro o un homosexual. El distinto vive convertido en un blanco estático, en el punto de mira del grupo de quienes se consideran normales. En el punto de mira, y esto es básico, no sólo de los iniciadores de la estrategia del odio sino de personas comunes, frecuentemente las más desprotegidas y especialmente en momentos de crisis. Cualquier persona puede caer en la estrategia del odio, personas sin empleo, padres preocupados por sus hijos, pequeños comerciantes asustados por la delincuencia, personas de una ciudad donde ha habido un atentado, etc., pueden unirse a la agresión y la discriminación, pero entendemos que no porque sean xenófobos, homófobos o islamófobos, sino como reacción irracional ante lo que han interiorizado como una agresión contra ellos. ¿Cómo es posible que personas corrientes se conviertan en francotiradores, como en la Guerra de Bosnia?, ¿cómo es posible que familias corrientes saliesen a apedrear e insultar a los judíos en la Alemania nazi?, ¿cómo es posible que padres de familia o taxistas salgan, en España, a linchar magrebíes? La respuesta, creemos, no es tan simple como decir: son racistas, son xenófobos, son homófobos.
Definidos los contendientes sólo queda que comiencen las hostilidades. Una vez interiorizadas las ideas de deshumanización del “otro” y el miedo a la agresión que el “otro”, se supone, está ejerciendo contra la sociedad, el distinto ya no es sólo diferente sino que ha amenazado con su rareza, es agresor, es culpable.
La comunidad dominante ha de proceder a la limpieza, a la restauración del orden, a la cura de la infección. Se inicia así la espiral de la violencia, la materialización del odio que repetirá siempre los mismo escenarios: la violencia callejera, el insulto, la agresión, la discriminación legal, la exclusión administrativa, la criminalización, la histeria bacteriológica, la profilaxis aisladora. Y también el silencio acusador, la mirada de desprecio, el comentario despectivo, la broma insultante, el gesto agresivo, la insensibilidad grosera, la puñalada, la paliza, la violación... La discriminación y la violencia en todas sus crueles maneras.
El odio entre “comunidades” y el inevitable enfrentamiento, responden a problemáticas muy complejas que el análisis que acabamos de ofrecer sólo ha podido tratar superficialmente. Sin embargo, nos atrevemos a apuntar que quizás un camino cierto para combatir la estrategia del odio esté en el descubrimiento de la diversidad como núcleo de la convivencia social. Sólo individuos libres, conscientes de su complejidad y de su propia e íntima diversidad, distintos a sí mismos y a los demás, pueden acordar convivir en tolerancia.
Y este documento sólo intenta que no nos veamos arrastrados una vez que alguien echa a rodar la estrategia del odio por sus intereses políticos, económicos o de poder. ¿Qué habrías hecho tú si un familiar hubiese muerto en un atentado yihadista? ¿Odiarías a todos los musulmanes? Imagina ser, por ejemplo, una persona abierta y que comprendes que las personas inmigrantes o los homosexuales tienen todo el derecho del mundo a vivir de forma digna. Imagina que no te crees ni lo de la pureza de raza, ni que los heterosexuales son lo mejor, ni odias a tus vecinos musulmanes. Pero un día todo empieza a rodar; alguien viola a un niño del barrio y lo matan. Te cuentan que los que han sido “los gitanos” o “un inmigrante sin papeles” o “un homosexual” que siempre andan rondando por ahí para cometer sus fechorías. Y tu tienes hijos, y empiezas a temer por ellos; A pesar de eso sigues sin querer la violencia. Y un mal día, alguien empieza a tirar piedras contra una casa donde viven los moros, los latinos, los maricas… y empieza a gritar que son los culpables, o que en todo caso saben donde está el culpable, que se protegen entre ellos. Los otros, han sido ellos, son culpables y tu tienes miedo por tus hijos, y entras en la escalada. Ellos son los que os agreden, “ellos” que antes eran personas, individuos, ahora son sólo grupo, o estás con los normales o eres nuestro enemigo. ¿Tú con quién estás? Ellos, los otros, son los que te amenazan, los que han perdido su humanidad matando niños, merecen lo que les pase. ¿Te convertirás en francotirador contra civiles de los otros, para defender a los tuyos? ¿Denunciarás a los tuyos que linchado a una persona sólo porque decían que alguien había dicho que era el culpable? ¿O todo eso es sólo legítima defensa?
No es una estrategia nueva, ya en la España medieval corrían los rumores por los pueblos: los judios han matado a un niño y lo han usado en sus oscuras ceremonias. Como resultado la buena gente normal iba a por los judios, que eran linchados, expulsados y alguien, (quizás el había corrido el bulo) se quedaba con sus tierras o sus bienes o se libraba así de quien le hacía la competencia.
Estas cosas pasan, aprendamos a ver los síntomas, los pasos de la estrategia del odio, desde el principio. Neguémonos a ver sólo comunidades, veamos personas. Neguémonos a ver los tópicos de siempre. Habrá personas gitanas que roben, pero también muchas personas payas. Habrá personas homosexuales que violen, pero también personas heterosexuales, hay fanáticos terroristas que dicen lo hacen en nombre de Alá, pero también hay muchísimos musulmanes que luchan día a día por un mundo mejor, ¿O no hemos tenido terroristas que eran de aquí? ¿o no hay violadores heterosexuales y a nadie se le ocurre decir “los heterosexuales son violadores”?. ¿O no se han hecho y se hacen cosas terribles en nombre de Cristo y a nadie se le ocurre decir “los cristianos son unos genocidas”? ¿No sería mejor entonces decir: “Habrá personas que....” y dejarnos de etiquetas típicas?
Creemos que no debemos caer en las generalizaciones ni siquiera cuando son positivas del estilo “los emigrantes son mis amigos”; Esto lleva a que si un día te agrede un “emigrante”, se caiga el anterior planteamiento simplista, y lo peor, quizás te lleve al otro falso extremo: “los emigrantes son delincuentes”, que es el perfecto caldo de cultivo para la extrema derecha y la estrategia del odio.
En definitiva, somos iguales, somos diferentes, somos personas. Creemos en los grupos humanos: gais, judíos, asturianos, etc. pero no creemos en las categorías cerradas. Creemos que las personas somos, en primer lugar, individualidades que nos integramos cada uno/a de nosotros/as en multitud de agrupaciones humanas que nos recuerdan nuestra propia e íntima diversidad. Y sobre todo creemos en la construcción de una sociedad más justa, más igualitaria, más tolerante. Por ello nos comprometemos en el antiracismo, en la lucha por la igualdad y la tolerancia, no sólo por apoyar a los más desfavorecidos o discriminados, sino porque la alternativa de los que odian la diversidad humana, de los intolerantes, nos destruye también a cada uno y cada una de nosotros. Y finalmente sabemos que sí, que sí hay personas interesadas en propagar la estrategia del odio, porque si nos dividen, si vemos a “los otros” como enemigos, no veremos que son los propagadores del odio quienes están imponiéndonos una sociedad de pesadilla, en la que tendremos que obedecerles y serles fieles o supuestamente “los otros” vendrán a por nosotros.
Extrañamente,
el extranjero nos habita:
es la cara oculta de nuestra identidad,
el espacio que estropea nuestra morada,
el tiempo que arruina la compresión y la simpatía.
Si lo reconocemos en nosotros,
lograremos no detestarlo en sí mismo.
Y este síntoma convierte precisamente el “nosotros” en problemático,
tal vez imposible:
el extranjero empieza cuando surge la conciencia de mi diferencia
y termina cuando todos nos reconocemos extranjeros,
rebeldes ante los lazos y las comunidades.
Julia Kristeva